Oporto que abraza el Duero con suavidad, lo acompaña hasta su unión con el mar. Esa simbiosis de la ciudad con el rio le
otorga un carácter especial y la convierte en un lugar de abrigo, de acogida,
de resguardo como el que hallaban los barcos anclados en su “Portus Cale” que daría
origen al nombre de la actual Portugal. Como nos dijo Luís de Camões Oporto es “nombre eterno de Portugal”.
Cuenta la leyenda que el argonauta griego “Cale” fundo aquí un
enclave comercial que daría nombre a la urbe. Como a este viajero, la ciudad
acoge al visitante con suavidad, sin estridencias. Le permite pasear y deleitarse
por sus callejuelas desconchadas, sus escaleras sin fin y sus riberas del rio
siempre bulliciosas. fue y no volverá a ser, de lo que espera
ser y será.
Recorriendo sus plazas uno percibe el suave trafago que lo
envuelve todo como una caricia, al igual que ese aroma a viandas deliciosas que
sale de sus bares y restaurantes, así como el olor tenue con el que sus bodegas
tiñen la ciudad de su bandera en el mundo, su vino.
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