sábado, 5 de noviembre de 2016

Berlín


Berlín, “tierra pantanosa” para los Eslavos que llegaron a esta confluencia de ríos. Nacida de un pequeño asentamiento de cazadores y pescadores allá por el año 1200 dc. No fue hasta el siglo XV en que fue nombrada capital del estado de Brandeburgo.









Ciudad regada por múltiples venas con forma de ríos, Spree, Havel, Panke, Dahme y Wuhle, que separan físicamente pero unen entorno a sus orillas a esa malgama de culturas que compone la población berlinesa.



Las cicatrices dejadas por la historia lejos de ser enterradas son exhibidas sin pudor, muestra de los horrores de la sin razón humana, para dejar constancia de lo que no se debe repetir.










En sus calles se percibe esa intención de mirar al futuro sin olvidar lo que se dejo atrás. Elegida “Ciudad creativa” por la UNESCO en 2006 no deja de sorprender a cada paso la desinhibición cultural que impregna cada rincón.







La gran capital del antiguo Imperio Prusiano acoge en sus entrañas a esos desplazados que huyen de un amargo presente buscando un futuro. Es por ello que en 2009 recibió el premio Príncipe de Asturias de la concordia.






Pasear por sus avenidas trufadas de bicicletas se convierte en una tarea realmente fácil. No es necesario si quiera fijar un rumbo o buscar un objetivo. Basta con empezar a caminar dejándose llevar por sus flujos, sus olores, los sonidos amortiguados por el respeto…. 



Todo te conduce a un maravilloso vagabundeo por su antigua modernidad, por sus edificios todavía horadados por los proyectiles de las guerras, por sus parques repletos de pequeños embarrados, por sus locales de comida germano-oriental o ítalo-africana o de cualquier otro lugar.  








Berlín, sin los brillos de las grandes capitales europeas, ni la atracción de los fuegos artificiales del marketing se erige con orgullo como una urbe para los vecinos y para los visitantes.